Hay veces que en lugar de dar la mano parece que demos algo inerte.
La ponemos como muerta como fofa sin ser. Manos de sopa. Manos de aire.
Sin nada detrás. Mano que no transmite nada.
Pero si en lugar de eso sentimos palpitar el corazón en nuestra mano, y el calor del otro, y su sudor, y su miedo y su temblor.
Entonces quizá dar la mano pueda ser un cable que una a la vida, que transmita paz, que sane. Un lugar donde Dios toque las palmas acariciado entre nuestros dedos. (Carlos Maza, SJ)