El turismo era algo muy ocasional, anual digamos, entre los chicos de allá por los sesenta. Así como la Coca Cola era un bien escaso reservado a los cumpleaños y el vino con soda suplía cotidianamente muy bien a la bebida de fórmula secreta, los pibes sabíamos que la playa o las sierras quedaban a varios meses de ahorro de nuestros viejos. Pero cuando la ocasión llegaba todo era una fiesta y arrancaba una semana antes de la partida.