Sí, el mundial se conurbanizó. Porque ese penal del final lo pateó un pibe de González Catán. Porque metieron pierna pibes de Calzada, de Sarandí, de Tres de Febrero, de San Fernando. Porque festejaron todos juntos bailando una cumbia ante la mirada de jeques y millonarios. Y sobre todo, se conurbanizó porque la copa, como en la historia de la virgen de Luján, se quedó tres horas entre Ezeiza y La Matanza y no se quiso ir de ahí.
Sí, el mundial se conurbanizó. Y menos mal que así fue. Porque aquello que le da alegría al pueblo no puede quedar en manos de quien lo odia.