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domingo, 5 de febrero de 2012

Gente de Bonzi, Jésica Tritten

¡Tenés un frío en la cabeza!

Los veranos en Aldo Bonzi siempre me parecieron más calurosos que en cualquier otro lugar del planeta. Mamá pensaba igual que yo, aunque ella siempre tenía una manera simple de solucionar cualquier problema que se presentara en nuestras vidas. Sin dramatismo, preparaba una bolognesa sin carne picada o buñuelos fritos sin aceite o torta asada sin parrilla. No hace falta decir que son los mejores platos que he probado en toda mi vida.
Mamá no hacía más que sacar la silla a la vereda para que inmediatamente el mate se convirtiera en un delicioso refrescante. El mate en la vereda de Aldo Bonzi me provocaba la misma sensación de éxtasis que el aceite de los buñuelos sin aceite. Mamá tenía esa increíble capacidad: la impostada simulación, maravillosa, de nuestro mundo precario. Esa simulación era para mí la idea de la felicidad absoluta.
Sin embargo, lo realmente bueno de tomar mate en la vereda de Aldo Bonzi no residía en esa realidad fantástica, sino en los comentarios que mamá dedicaba pacientemente a cada uno de los transeúntes acalorados que se acercaban a nuestro oasis.
Muchas veces, Amalia se cruzaba de vereda para tomarse algunos dulces. Yo le tenía un cierto recelo a Amalia; era una vieja con el único capital de veintisiete gatos distribuidos en su casilla de madera y chapa. Una vez, mamá nos llevó a mi hermana y a mí a su guarida, similar a la nuestra, para jugarle al cuarenta y ocho: había soñado con mi abuelo hablando desde el mas allá. Mi hermana, que siempre fue más osada que yo, abrió sin preguntar la desvencijada puertita del horno de Amalia. De adentro salieron tres gatas que saltaron hacia la ventana. Mientras mi hermana lloraba por el susto de esas felinas liberadas, yo me preguntaba por qué una vieja timbera elegía vivir impregnada de ese olor repulsivo. Más tarde advertí que cada persona disfruta de los olores de una forma en particular; y que cada aroma siempre significa algo en nuestras vidas que los demás no pueden comprender.
A mí no me gustaba que Amalia se cruzara a robarnos nuestros dulces. A mamá tampoco, pero ella siempre seguía interesada, respetuosa, su conversación eterna sobre aquellos que vivían del otro lado del túnel.
El túnel consistía en una cloaca gigante que los improvisados ingenieros de los años cincuenta habían construido para evitar las inundaciones. Por culpa de esa cloaca, Aldo Bonzi había quedado dividido para siempre en dos mitades que sólo podían atravesarse caminando o en bicicleta, pues los autos no caben en una cloaca. Si querías ir en auto a la escuela, tenías que ir hasta La Tablada y bordear El Pozo. Recién ahí podías retomar el camino que te llevaba a estudiar.

Del otro lado del túnel vivían el hijo de Amalia y su mujer. Amalia lloraba cada vez que hablaba de ella. Mi hermana y yo sentíamos una curiosidad enorme de saber por qué sus lágrimas estaban dedicadas a esa mujer, pero las personas grandes siempre hablan en voz bajita, casi murmurando, cuando hay chicos y temas serios dando vueltas en el mismo lugar.
Una vez no aguanté las ganas. Cuando Amalia y su aura hedionda se retiraron de nuestro Edén, le pregunté a mamá por qué nuestra vecina lloraba cada vez que hablaba de la mujer de su hijo. “¡Porque tiene un frío en la cabeza, esa!”, me respondió, con bronca en la cara.
En aquel instante entendí que la frase significaba algo grave, importante, pero no me atreví a preguntar. Seguramente “tener frío en la cabeza” está relacionado con esos mitos urbanos al estilo del sapo que te mea en los ojos y te deja ciego: si te atraviesa una corriente de aire frío dentro de la cabeza, te convertís en un idiota irreversible, o algo por el estilo.
Siempre me gustó esa expresión. Quizás por la forma en como se desencaja mamá al pronunciarla, o porque nunca sabré si las dos la entendemos de la misma forma. Pero siempre me gustó la metáfora. Tener "frío en la cabeza” no puede ser más que la tristeza absoluta de saberse sin calidez ante la vida. Algo así como aceptar que la bolognesa sin carne picada es irremediablemente un tuco berreta.
calle Libertad
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