Fue un virus el que me arruinó el placer de comer panettone. Un dulce que me encantaba desde antes de que se pusiera de moda en España, y que devoraba con pasión. Hasta que un desafortunado día fue lo último que comí antes de que una gastroenteritis hiciera su aparición en mi cuerpo.
El virus aquel me acompañó no más de 48 horas, pero la aversión al panettone se quedó conmigo muchos años. No podía ni olerlo. Fue una dura lucha entre el recuerdo de lo mucho que me gustaba, y el rechazo automático que generaba en mi instinto. El pobre panettone no tuvo la culpa, pero fue el que pagó el pato.
Ahora vuelvo a esperarlo con ilusión y con aún más ganas cada Navidad.


No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todo lo que hagas en la vida es insignificante, pero es muy importante que lo hagas porque nadie más lo hará.
Gandhi.