Susana Traviganti, Maestra Normal Nacional
“La educación inicial de la provincia de Buenos
Aires tiene una larga historia, no siempre conocida
y valorada en su justa dimensión. La importancia de
su trayectoria podría condensarse en dos aspectos
principales: la búsqueda de una identidad pedagógica
singular a la altura de cada circunstancia histórica y
la incansable disputa política por su reconocimiento,
que se ha materializado en infinitas batallas libradas
por diferentes actores – en particular, comunidades y
docentes –, en el transcurso de varias décadas, para
obtener su expansión y consolidación.” (La educación
inicial hoy. Una construcción colectiva, Patricia
Redondo, 2007, Diseño Curricular de la Provincia
de Buenos Aires)
Desde este planteo nos preguntamos: ¿se hablaba
de ciudadanía en los albores de la historia del nivel
inicial? ¿Cómo se pensaba a los niños? ¿Cuáles eran
las propuestas didácticas que otorgaban sentido al ser
ciudadano desde el inicio de la escolaridad?
Con el afán de conocer algunas respuestas, sobre
todo desde la experiencia de largos años en el sistema
educativo, entrevistamos a la Profesora Susana
Traviganti, una de las primeras Directoras que tuvo el
Jardín de Infantes Nº 903, del Distrito de La Matanza
institución que lleva ya más de 50 promociones.
Jubilada hace más de 15 años, su memoria puede
dar cuenta de la búsqueda de una identidad
pedagógica por parte de un generoso grupo de colegas
que nos precedieron en la tarea de enseñar en el nivel
inicial.
¿Qué visión del ser maestro, del pensar a
los niños recordás de los inicios de tu carrera
docente?
Egresé como Maestra Normal Nacional en 1959; mi
educación estaba más cerca de Sarmiento que de lo
actual. Usábamos el delantal blanco, el de cuadritos
todavía no. Tampoco había suficientes maestras
jardineras recibidas, la mayoría eran maestras
normales.
Durante mi práctica docente, los veía en el Instituto
Eccleston, con su enorme parque, con sus doce o
trece salas, y con sus guardapolvos blancos: eran
los niños los que llevaban su año escolar, eran ellos,
no eran sólo las maestras. Entonces, desde este
presente, tengo para decir que son ellos los que hacen
la tarea, nos llevan de la mano con todo lo que tienen.
Ellos siguen guiando a sus maestras, son la vida
nueva. Ellos descubren y la maestra redescubre.
Yo trabajaba por la tarde, con el grupo pre-escolar de
la escuela pública experimental Nº 74 de La Matanza,
un proyecto muy interesante.
Esas escuelas eran dos o tres en La Matanza, se
lanzaron como proyecto experimental de la Provincia
de Buenos Aires, acompañadas con un gobierno
democrático que miraba la educación con sumo
interés. Era una escuela pequeña, con un grupo por
año (de 1º a 7º) y un grupo de preescolar integrado
por niños de 3, 4 y 5 años. Se armonizaban los
espacios en un solo patio de juegos. Me permitieron
elegir el método que yo deseara y elegí el método
Agazzi, dentro de la pedagogía renovadora.
El proyecto tenía la educación formal (primaria) en
el turno mañana y la educación artística, creativa,
constructiva en turno tarde. Los chicos de primaria iban
a la mañana con su guardapolvo blanco y a la tarde
sin él y elegían las actividades que querían seguir:
biblioteca, pintura, teatro, teatro de títeres, carpintería
y otras.
Mi grupo pre-escolar estaba solamente en el turno
de la tarde, así que yo compartía la mirada de todas
las otras actividades. Era realmente maravilloso ver
esa escuela funcionando en esa comunidad de “Aldo
Bonzi”. Esos chicos eran sumamente felices, de una
comunidad obrera, sencilla y muy organizada, con
su sociedad vecinal y su escuela querida que recién
nacía, a la cual iban todos los niños de ese barrio. El
proyecto incluía tres codirectoras, gabinete pedagógico
y asistencial. Los docentes teníamos dedicación
exclusiva y la obligación de hacer el seminario de
capacitación docente, de dos años, que se cursaba en
una de las escuelas de Ramos Mejía (La Matanza). Así
que después de la tarea escolar, iba a cumplir con el
seminario de capacitación en el CIE.
Me dieron a elegir una tarea extra escolar y elegí
títeres. Después de las cinco de la tarde, con los
alumnos de primaria que deseaban volver a la escuela,
hacíamos títeres una vez a la semana; el proyecto
incluía elaborar los textos, elegir los personajes,
construir los títeres con pasta de papel maché.
Las madres hacían los trajes. También se hacía la
escenografía. Se construyó un teatro de títeres armable
y transportable, siguiendo las directivas aprendidas en
el Eccleston, que nos daba todas las herramientas que
necesitaríamos para la tarea.
¿Qué destino tuvo la escuela experimental donde
te desempeñabas?
Yo me desempeñe tres años en ese proyecto. Mucho
más no duró. Era un espacio donde se respiraba
democracia, era una escuela amplia y democrática.
Cuando pregunté porque no estaba más, me
respondieron que era un proyecto caro.
Si hablamos de democracia, sabemos que todo se
proyecta. Están los que conducen hacia la luz o hacia
la oscuridad, y la educación es una parte fundamental
en donde esos intereses buscan iluminar, como en
parte de la década del ´60 o apagar, como en parte
de la década de los ´70. El oscurantismo disminuye,
retrotrae, envejece, ahuyenta, mata, trae todo eso,
y la iluminación trae todo lo contrario, la vida, el
encendido, la calle y el educar de otra manera, hasta
con permiso para educar. Esto nos fue quitado en los
70`
¿Cuáles eran las propuestas que otorgaban
sentido a la enseñanza en el nivel inicial?
En esa época, vivencié durante tres años el proyecto
de las hermanas Agazzi: un sector era el museo,
estaba en un lugar físico, todo el acopio del material
que se les ocurría a las familias y a los nenes llevar
estaba ahí y los elementos individuales con los que
trabajaban ellos estaban en su cajita que iba debajo
de la silla, luego la guardaban en los cajones de frutas
(muebles que hacíamos todas) después de construidos
y pintados, o los que hacían los padres de los nenes.
Todo el material didáctico que tenían lo hacían las
maestras, porque no había otra opción, el degradé de
colores, el tamaños y formas, lo hacíamos nosotras
para la sala como nos habían enseñado, en referencia
al método citado.
Para Educación Física, no había maestros especiales,
así que también desarrollábamos la actividad,
habíamos sido formadas para eso. Contribuían las
mamás para hacer las bolsitas, traían los bastones
y recuerdo que había una pila de ladrillos, porque
esa escuela había sido recientemente terminada, y
a mí me sirvieron mucho los ladrillos para trabajar el
peso, el transporte, el apilado y para hacer sectores
de juego y trabajar en Educación Física. Modelar con
barro también, así que íbamos a juntar tierra. Había
un terreno al lado de la escuela, con alambrado y
nos íbamos con la tablita y hojas, los portantes de la
tempera, los pinceles y las sillitas, porque ahí había
vacas, así que íbamos a pintar vacas. Para salir fuera
de la escuela solo bastaba avisarle a la directora:
íbamos a recoger hojas, a pintar, a ver la estación
de ferrocarril de Aldo Bonzi, porque la enseñanza
transitaba también fuera de la escuela. Después se
creó el miedo de lo que podía pasar. Era transparente
lo que se hacía, la palabra era lo convenido, no se
necesitaba compromiso escrito, más que nuestras
planificaciones, porque todo era planificado. Y la
evaluación, que era diaria. Después aparecieron otras
palabras: tranquilidad, seguridad.
Los derechos del niño los tomábamos, los
desarrollábamos, hacíamos conversaciones sobre
eso. Hacíamos búsquedas de material bibliográfico
y debíamos llevarlo a la comprensión de los niños de
tres, cuatro y cinco.
¿Qué escenas te parecen fundantes en tu historia
docente?
Yo fundé mi Jardín de Infantes. Empecé en un patio
de la casa familiar, bajo un parral. Les decía a los
niños: pasen y miren, este es nuestro jardín, tiene
las paredes de aire y el techo de cielo. Había una
docente de música del Jardín 903 que tenia a su hijo
en el Jardín que yo había creado, y me sugirió llevar la
función de títeres que yo hacía con mis alumnos de la
escuela experimental al Jardín 903. Ella hablaba con
mucha pasión de su trabajo en esa institución. Fuimos.
Con ayuda de los padres, trasladamos títeres, teatro,
escenografía, niños y docente. En un momento,
el personaje pregunta a los niños si vieron al fantasma;
una niña, espontáneamente responde: “nosotros no
conocemos a los fantasmas, nosotros conocemos
a las ratas”. Nos dejó paralizados. Pero hizo que yo
pensara y viera lo distintos que eran esos niños que,
aun viviendo a escasas diez cuadras
de mi Jardín, mostraban notables
diferencias con el otro grupo. Me
quedé muy conmocionada. Mi directora
de entonces me dijo que siguiera mi
camino, yo necesitaba esa palabra de la
maestra con experiencia a la alumna en
su búsqueda.
Ahí aparece otro niño y otra niña con
otra realidad. Un gran desafío porque
me encontré con niños cuyos hábitos
eran totalmente diferentes.
Un niño salía de la sala corriendo por el
parque, y me miraba, pidiéndome que
lo corriera. Era un desafío permanente;
la directora me puso como apodo:
Diana cazadora. Yo no quería cerrar la
puerta y los niños seguían escapándose.
Costó mucho ese año porque tenía que
aprender a ser maestra de ese grupo.
Era muy difícil, me dejaba una gran angustia.
Cuando me sentaba a evaluar mi tarea, era
muy estricta conmigo, por todo lo que los niños
necesitaban y yo no sabía cómo brindárselos. Fue
el año más difícil que yo recuerdo. Ahí tenía nenes
que habían sido maltratados, niños que permanecían
todo el día encerrados, con mamás que salían a
trabajar. Mi directora iba a las casas y escuchaba
lo que le contaban las familias. Hubo que trabajar
individualmente con cada uno sabiendo sus historias.
Fui viendo año a año como empezaban a venir al jardín
con los adultos, a participar, se fueron incluyendo
las palabras, cambiando el lenguaje. Nos seguíamos
formando: un día teatro, otro juego dramático. Día a
día teníamos más herramientas con las que trabajar
y eso beneficiaba a los alumnos y a la comunidad.
Venían cada vez más a las reuniones de padres
porque sabían que siempre había algo nuevo que la
maestra iba a ofrecer para que llevaran a sus casas,
que se fueran convencidos que sus hijos tenían que
terminar la escuela primaria, la escuela secundaria y
también llegaran a la universidad.
Tu relato nos hace pensar cómo los niños eran
considerados como sujetos de derecho en la
década de los 60` ¿Se hablaba del niño como
ciudadano?
No se le ponía el nombre de ciudadanía pero estaba en
nuestra formación normalista, la educación ciudadana
ya estaba implícita en el estudio de la constitución,
en el respeto diario a los símbolos nacionales, en el
recitado y el aprendido del Himno Nacional Argentino,
con todas sus estrofas y todo su concepto de
Latinoamérica. Una ciudadanía ampliada. No había
que hacer un diferenciado, eso vino después de otra
década; en ese momento la estábamos viviendo,
éramos el resultado de una democracia, la estábamos
practicando y la estábamos enseñando con la libertad
que era dentro y fuera del jardín y de la escuela.
Ese ponerle nombre tuvo que arribar después cuando
la vida y la conciencia sufrieron y despertaron a que
tenía que hacer algo para sobrevivir y entonces le
puso nombre. Por eso si hago un ensayo de reflexión
hacia ello, no necesitábamos ponerle nombre, porque
no había que estar alerta, nadie iba a quitarnos ese
espacio y ese lugar. No había que ponerle nombre.
Estaba implícito, no había necesidad de planificarlo.
¿Qué otras acciones se vinculan entre la
educación del nivel inicial y la práctica
democrática entre la comunidad y los actores de
otros ámbitos?
En el Jardín de Infantes Nº 903, de Villa Celina, se
hicieron varios trabajos relativos al arte, al muralismo,
para el primero, me contacté con Juan Manuel
Sánchez, perteneciente al grupo Espartaco. Su objetivo
era que el arte saliera del atelier y llegara a la calle.
Ellos creían que el arte tiene que estar para todos, no
encerrado. Sus propuestas se ligaban también a otras
expresiones populares. Mi vínculo fue la búsqueda
de esas propuestas, de conocerlos, de escucharlos.
Están las filminas de la época para ver como se realizó
el mural en el jardín 903. La propuesta fue que lo
hicieran los niños. Las maestras debían tomar una
temática que pudiera ser plasmada como mural en
la entrada del jardín. Juan Manuel Sánchez dijo que
él no iba a tocar nada de lo que hicieran los niños.
Una docente sugirió que se trabajara sobre el circo,
se jugó en todas las salas, en música, en educación
física, en todas partes. Cuando estuvo vivenciado, Juan
Manuel vino y habló con los chicos y las maestros y
los fue invitando por grupo, a dibujar con carbonilla;
el que tenía ganas empezaba a garabatear algo, a
dibujar, así iban armando el esquema: el público, los
músicos, los artistas…Después él fue organizando,
eligiendo, ordenando, sin borrar lo que habían hecho
los chicos. En el carrito de la cocina estaban todas
las pinturas y pinceles. Cada niño, por grupo elegía lo
que iba a pintar. Un proceso largo. Después, el tema
del muralismo siguió, cuando la Dirección General de
Escuelas pidió un homenaje post Malvinas, eso lo hizo
Oscar Levaggi8, del Grupo Diálogos de la Ciudad de La
Plata. Para los 25 años del Jardín, el de León Untroib,
gran fileteador. La idea del filete fue acercar algo
diferente, otra expresión artística. Porque toda obra
artística aporta algo conmovedor.
Como empezamos: son los niños los que nos llevan de
la mano, no somos nosotros, son ellos.
Elisa Castro
Cristina
Martínez
2. Provincia de Buenos Aires. Situada en la región
centro-este del país, es una de las provincias con
mayor densidad poblacional de la República Argentina.
La Plata es la Capital de la Provincia de Buenos Aires.
3. En la Provincia de Buenos Aires, Argentina los
Jardines de Infantes se reconocen por un número que
empieza en el 900, por consiguiente el 903 es uno de
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Gandhi.